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Los vinos locales ganan en azúcar y buscan nuevos consumidores. Se impone el tinto más como un aperitivo que como un compañero de comidas. Cómo es la nueva movida y qué vinos probar.

Este año marca un punto de inflexión en materia de vinos tintos. Por primera vez en décadas, algunos players del negocio apuestan por innovar con todas las de la ley, dejando de lado la sofisticación como eje del consumo, para abrir un nuevo abanico de posibilidades que está más cerca del consumidor que del sommelier.

En los últimos meses del año dos vinos abrieron fuego sobre nuevas formas de consumo. El primero fue Esperado de Callia 2012 (aprox. $40), un tinto dulce y carnoso, pensado para seducir a los paladares formados en el universo de las gaseosas. El otro, Norton Cosecha Tardía Tinto 2013 (aprox. $34), que acaba de ver la luz, y que se propone como una bebida dulce y refrescante, cuya sugerencia de consumo es beber en vaso y con hielo. Entre estos dos extremos de dulzura, pivotan algunos otros que merecen cierta atención, como Dada 1, 2, y 3 (aprox. $50), de Finca Las Moras, que desde 2012 propone un nuevo modelo de consumo, lejos de los argumentos típicos del vino.

El caso sería anecdótico si no se tratara de tintos que buscan incluir a nuevos consumidores en el mundo del vino. La movida local, por su parte, comparada con lo que sucede en Estados Unidos, está recién empezando. Pero promete. Basta observar el fenómeno de ventas que suponen en el hemisferio norte vinos como Menage à Trois o Apothec, cuyo paladar dulce vendió millones de botellas en pocos años, para hacerse una idea de cuál es el potencial de esta nueva movida y hacia adónde apuntan estos vinos.

¿Llega el antivino?

Técnicamente hablando un tinto dulce es una suerte de antivino. Y la razón es que el gusto dulce, como principal valor, enmascara cualquier tipo de defectos. Eso al menos desde el punto de vista de los profesionales de las copas, que beben seco y observan con prejuicios las dinámicas de consumo. Desde el punto de vista de los consumidores rasos, en cambio, la cosa es muy distinta.

Pensemos en las generaciones que, a contar de los ochenta, formó su paladar con tipo de bebidas dulces: desde gaseosas a jugos, pasando luego por aguas saborizadas. Ese paladar, que hoy ronda entre 25 y 35 años, está acostumbrado al azúcar y no encuentra ningún pecado en que un vino, sea tinto, blanco, frizante o espumoso, tenga su cuota de dulzor. Por el contrario, le parece bárbaro. Porque así no tiene que esforzarse por superar las barreras naturales del vino: los taninos que secan la boca, la acidez filosa y ni hablar de los sabores más sofisticados como los que se adquieren con la guarda.

Esta nueva generación de bebedores, que en términos marketineros se les denomina millenials, empiezan a ver en el vino a una bebida que les permite entrar en la adultez, pero con la que no comparten casi ningún código de consumo, al menos en los términos históricos. Así, los nuevos vinos tintos azucarados buscan tentar a estos consumidores. Y el nivel de aceptación es altísimo. Sino, hagamos una prueba empírica: convídenle una de estas etiquetas a quien diga que no le gusta vino y después me cuentan.

El camino del azúcar

Si el vino quiere seguir creciendo y hacerle frente a otras bebidas debe encontrar nuevos consumidores. Y mal que le pase a los puristas, en los almibarados caminos del azúcar puede estar la llave del éxito. No es algo que se inventó ahora, que quede claro, pero sí es un nuevo declarado camino el que las bodegas se embarcan ahora sin vergüenza.

Y no sólo en materia de tintos. Por un lado, a mediados de la década pasada los tardíos habían marcado el camino del azúcar residual, como una sofisticada y cara tendencia. Así, aparecieron incluso tintos dulces y tardíos como Graffigna Malbec o Saurus Tardío Pinot Noir, pero como especialidades de alto precio. Por otro, la dulzura creció exponencialmente en materia de espumantes en los últimos años. Tanto, que en 2013 llegaron a la góndola por lo menos una docena de burbujas edulcoradas, entre cuyas novedades más recientes destacan Navarro Correas Dulcet, Trapiche Allegro y Mumm Sweet Sparkling por mencionar tres.

Y ahora la movida llega a los vinos tintos, con una nueva impronta: la apuesta por el hielo y la frescura –como Norton Cosecha Tardía Tinto- o bien por la situación de consumo más femenina –como Esperado de Callia-, proponen nuevos caminos lejos de la intelligentzia vínica. Caminos, hay que decirlo, que apuestan por una renovación en el consumo. Chillarán los puristas, es verdad, hasta que nuevos bebedores se sienten a la mesa del vino y le acerquen su renovada vitalidad.

Planeta Joy

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